Cuando bate el bajón pienso como a los 20 años porqué doblé en esa esquina y no en la otra.
Porqué chupo tanto si después no me la aguanto... Porqué, porqué, porqué.
Ahí es que busco en mi historia y veo que si no fuera apresurado, terco y caliente no hubiera logrado nada de todo lo que hoy me enorgullece.
Nunca hubiésemos arremetido con una valla contra la Casa Rosada aquel 16 de diciembre.
Ni burlado la zona de exclusión. Ni le hubiese cantado algunas verdades al patilludo. Ni.. ni, ni.
Tenía un llantazo con un shimmy dominable en alta.
Toqué el freno y todo el mundo se corrió hacia la izquierda. Mal. Yo al hospital, ella al taller.
La venda de la mano ya me saqué y el pecho me duele cuando toso o cuando me río. Siempre me río.
Recién, un llamado a Buenos Aires, la pieza está, es accesible y además se puede soldar.
Vuelvo a mi centro. ¿Alguna vez lo tuve?
Cuando me preguntan, no para la prensa, sino para nosotros, cuántos botes hay para ir a Malvinas digo: uno, seguro. Yo voy.
Como aquella vez que con tinta china me dibujaba las islas en el brazo y le explicaba a mis compañeros de viaje, que me las grababa en la piel con esa mezcla de tinta china y sangre, para obligarme a seguir. Para no poder decir que por esto o por aquello no dio cierto. Y todavía no conocía a Cecilia Mirelles. Y tampoco había pasado una noche haciéndole el aguante a los que quedaron de guardia. Un mate, un chamamé, una tonada... No nos olvidamos, no renunciamos, no perdonamos.
Me acuerdo de aquella noche en Le Corto, cuando nos bebimos la vida y la noche con el jefe de los infantes de marina franceses que al otro día salían para Irak.
Hoy, el que parte soy yo.
Porqué chupo tanto si después no me la aguanto... Porqué, porqué, porqué.
Ahí es que busco en mi historia y veo que si no fuera apresurado, terco y caliente no hubiera logrado nada de todo lo que hoy me enorgullece.
Nunca hubiésemos arremetido con una valla contra la Casa Rosada aquel 16 de diciembre.
Ni burlado la zona de exclusión. Ni le hubiese cantado algunas verdades al patilludo. Ni.. ni, ni.
Tenía un llantazo con un shimmy dominable en alta.
Toqué el freno y todo el mundo se corrió hacia la izquierda. Mal. Yo al hospital, ella al taller.
La venda de la mano ya me saqué y el pecho me duele cuando toso o cuando me río. Siempre me río.
Recién, un llamado a Buenos Aires, la pieza está, es accesible y además se puede soldar.
Vuelvo a mi centro. ¿Alguna vez lo tuve?
Cuando me preguntan, no para la prensa, sino para nosotros, cuántos botes hay para ir a Malvinas digo: uno, seguro. Yo voy.
Como aquella vez que con tinta china me dibujaba las islas en el brazo y le explicaba a mis compañeros de viaje, que me las grababa en la piel con esa mezcla de tinta china y sangre, para obligarme a seguir. Para no poder decir que por esto o por aquello no dio cierto. Y todavía no conocía a Cecilia Mirelles. Y tampoco había pasado una noche haciéndole el aguante a los que quedaron de guardia. Un mate, un chamamé, una tonada... No nos olvidamos, no renunciamos, no perdonamos.
Me acuerdo de aquella noche en Le Corto, cuando nos bebimos la vida y la noche con el jefe de los infantes de marina franceses que al otro día salían para Irak.
Hoy, el que parte soy yo.
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